Es incuestionable que el amor de quienes aman –quiéranlo o no– hace bien y esa bondad es difusiva e irresistible.
Por Mariela García Rojas. 13 enero, 2020.Cumplir años y transitar nuevas etapas generacionales suele ser motivo de satisfacción. Lo es también para los padres cuando celebran los 15 y los 20 años de sus hijos; asimismo para estos cuando sus padres pasan las barreras de los 50’s o más, y en general, para los amigos y uno mismo. Acumular una década de vida más en la historia personal es un momento especial por lo que refleja: crecemos, maduramos, nos hacemos fuertes.
Igualmente, cuando un matrimonio cumple un aniversario de bodas, el acontecimiento nos llena de ilusión, no solo a los esposos, sino también a familiares, colegas y amigos. Un ejemplo (nunca mejor dicho) lo vivimos por estos días, cuando dos amigos queridos, Mariella y Lucho Camminati, celebran sus 40 años juntos.
Nos alegramos por ellos y con ellos quienes los conocemos y queremos cercanamente; pero también otras personas que, sin conocerlos, al saber de una conmemoración así no podrán dejar de suspirar, conmoverse y alegrarse. Ocurre así habitualmente cuando asistimos a una boda o vemos pasar a la feliz pareja en su recorrido por la ciudad. El bien es atractivo.
Cumplir 40 años es motivo de fiesta para una pareja. Claro que se puede llegar a este tiempo, aunque no de cualquier manera. Eso de querer es poder tiene sus matices, que especialmente las personas casadas conocemos muy bien. Junto a las experiencias, cotidianas muchas y otras pocas extraordinarias, saboreamos el valor de la lealtad, la confianza y el amor incondicional, pero además felicidad y dolor, perseverancia e impotencia, gozo y disgustos; riñas y reconciliación; seguimos desarrollando la capacidad de comprender y aceptar como son a propios y ajenos y qué mejor ámbito para aprenderlo que en la familia. Pero como si este menú quedara chico, para quienes tenemos fe, además, los esposos se plantean llegar a más y rechazan vivir lejos de Dios. El escenario que surge a partir de allí es tan lleno de magnanimidad como de exigencia, y es bueno que sea así porque no es de poca monta ni para cualquiera amar solo a alguien para siempre. ¡Del tiempo su cosecha!
Es incuestionable que el amor de quienes aman –quiéranlo o no– hace bien y esa bondad es difusiva e irresistible. Todos apreciamos el amor como la mayor de las fortunas; realistas y románticos compartimos este contento que suscita el amor verdadero porque nos llena de esperanza. Una razón más para creer que el amor sí puede ser para siempre.